Al igual que existe cierto cubismo compositivo, con planos que se entrecruzan o se superponen para ser más multívocos, se observa un modo de contar próximo al surrealismo. Lo onírico pesa más a la hora de construir el simbolismo definitivo del cuadro. Llama la atención también el hecho de que a veces lo real se transfigure en geometría. Esta realidad no suele esconderse del todo, porque mantiene su vago referente, pero acaba por transformarse en huecos, en formas azarosas, en arquitecturas orgánicas, en volúmenes imprevisibles y así se produce esa especie de conversión a lo geométrico que acaba imponiéndose. Aunque también es cierto que cabe la posibilidad de recorrer el camino a la inversa.
Este proceso podría inducirnos a pensar en una lógica de formas quietas, es decir, en que el resultado final lo fuera estático o rígido y no es así. Ocurre todo lo contrario: el proceso lo es, más que nunca, porque muchas de sus obras conllevan un componente de agitación, de dinamismo, de continuo movimiento. Y así los planos, cuando se unen o se enfrentan, transmiten emociones cinéticas, ilusión de vida, pálpito navegante. Tal vez por esta razón yo encuentro en sus cuadros mucho de travesía, de búsqueda, de viaje interior, de persecución del ideal…
Aquella doctrina de formas a la que me refería antes es, en cierto modo, trasunto de un sentimiento de raíz espiritual, un sentimiento propio de desvelados, de esos desvelados que atienden al rumor de lo misterioso y viven reconociendo las huellas del milagro. Por más que la geometría o el número, el perfil de la talla o los precisos dictados de la escuadra traten de apresar la clave que nos lleve al conocimiento, es el misterio al fin lo que prevalece; lo misterioso que nos rodea, lo misterioso que nos define. De ahí que su obra nos transmita ese frescor de lo vivo, esa inquietud que atiende y mira, aun en lo próximo y adverso, a lo ignoto.
Este proceso podría inducirnos a pensar en una lógica de formas quietas, es decir, en que el resultado final lo fuera estático o rígido y no es así. Ocurre todo lo contrario: el proceso lo es, más que nunca, porque muchas de sus obras conllevan un componente de agitación, de dinamismo, de continuo movimiento. Y así los planos, cuando se unen o se enfrentan, transmiten emociones cinéticas, ilusión de vida, pálpito navegante. Tal vez por esta razón yo encuentro en sus cuadros mucho de travesía, de búsqueda, de viaje interior, de persecución del ideal…
Aquella doctrina de formas a la que me refería antes es, en cierto modo, trasunto de un sentimiento de raíz espiritual, un sentimiento propio de desvelados, de esos desvelados que atienden al rumor de lo misterioso y viven reconociendo las huellas del milagro. Por más que la geometría o el número, el perfil de la talla o los precisos dictados de la escuadra traten de apresar la clave que nos lleve al conocimiento, es el misterio al fin lo que prevalece; lo misterioso que nos rodea, lo misterioso que nos define. De ahí que su obra nos transmita ese frescor de lo vivo, esa inquietud que atiende y mira, aun en lo próximo y adverso, a lo ignoto.